sábado, 20 de febrero de 2010

Meditación en nuestro estado natural

Sigamos meditando en lo natural,para que podamos regresar a nuestro estado de paz.

MEDITACION 14
"El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo
conquistan"
(Mt 11,12)
Compara el sereno y sencillo esplendor de una rosa con las tensiones y
la agitación de tu vida. La rosa tiene un don del que tú careces: está
perfectamente conforme con ser lo que es. Al contrario que tú, ella no
ha sido programada desde su nacimiento para estar insatisfecha
consigo misma, por lo que no siente el menor deseo de ser algo
distinto de lo que es. Y por eso posee esa gracia natural y esa ausencia
de conflicto interno que, entre los humanos, sólo se dan en los niños y
en los místicos.
Considera tu triste condición: estás siempre insatisfecho contigo
mismo, siempre deseando cambiar. Por eso estás lleno de una violencia
y una intolerancia para contigo mismo que no hacen sino aumentar a
medida que te esfuerzas por cambiar. Y por eso, cualquier cambio que
consigues efectuar va siempre acompañado de un conflicto interno. Y,
además, sufres cuando ves cómo otros consiguen lo que tú no has
conseguido y logran ser lo que tú no has logrado.
¿Te atormentarían los celos y la envidia si, al igual que la rosa,
estuvieras conforme con ser lo que eres y no ambicionaras jamás ser lo
que no eres? Pero resulta que te sientes impulsado a intentar ser como
alguna otra persona con más conocimientos, mejor aspecto y más
popularidad o éxito que tú, ¿no es así? Querrías ser más virtuoso, más
tierno, más dado a la meditación; querrías encontrar a Dios y acercarte
más a tus ideales. Piensa en la triste historia de tus intentos por
mejorar, que, o bien acabaron fracasando estrepitosamente, o sólo
tuvieron éxito a costa de mucho esfuerzo y mucho dolor. Supongamos
por un momento que has desistido de todo intento de cambiar y de
toda la consiguiente insatisfacción contigo mismo: ¿estarías condenado
entonces a dormirte en los laureles, tras haber aceptado pasivamente
todo cuanto sucede en ti mismo y a tu alrededor?
Creo que, además de las dos alternativas mencionadas (la autoagresiva
no-aceptación de si mismo y la auto-aceptación pasiva y resignada),
hay una tercera alternativa: la auto-comprensión, que dista mucho de
ser fácil, porque el comprender lo que eres exige una completa libertad
respecto a todo deseo de transformarte en algo distinto a lo que eres.
Podrás comprobarlo si comparas, por una parte, la actitud de un
científico que estudia el comportamiento de las hormigas sin la menor
intención de modificarlo y, por otra, la actitud de un domador de perros
que estudia el comportamiento de uno de ellos en orden de hacerle
aprender una cosa determinada. Si lo que tú intentas no es efectuar en
ti ningún cambio, sino únicamente observarte a ti mismo y estudiar tus
reacciones para con las personas y las cosas, sin emitir ningún tipo de
juicio o condena y sin deseo alguno de reformarte, entonces tu
observación será una observación no selectiva, una observación global
y jamás aferrada a conclusiones rígidas, sino siempre abierta y
constantemente nueva. Entonces comprobarás que algo maravilloso
ocurre en tu interior: te verás inundado por la luz del conocimiento y te
sentirás transparente y transformado.
¿Se producirá entonces el cambio? Por supuesto que sí, y no sólo en ti,
sino también en el ambiente que te rodea. Pero el cambio no se deberá
a tu astuto e impaciente ego, que está siempre compitiendo,
comparando, forzando, sermoneando y manipulando con su
intolerancia y sus ambiciones, por lo que está siempre también creando
tensión y conflicto entre ti y la naturaleza, en un proceso agotador y
contraproducente como conducir un auto con el freno echado. No, la
luz transformadora del conocimiento prescinde totalmente de tu egoísta
e intrigante ego y da rienda suelta a la naturaleza para que ésta
produzca el mismo cambio que produce en la rosa, tan natural, tan
grácil, tan espontánea, tan sana, tan ajena a todo conflicto interno...
Y como todo cambio es violento, también la naturaleza será violenta.
Pero lo maravilloso de la violencia de la naturaleza, a diferencia de la
violencia del ego, es que no proviene de la intolerancia, el odio y la
animadversión. No hay ira ni rabia en la riada que lo arrasa todo, ni en
el pez que devora sus crías obedeciendo a unas leyes ecológicas que
desconocemos, ni en las células del cuerpo que se destruyen unas a
otras en interés de un bien superior. Cuando la naturaleza destruye, no
lo hace por ambición, codicia o cosa parecida sino obedeciendo a unas
misteriosas leyes que buscan el bien de todo el universo, por encima
de la supervivencia y el bienestar de alguna de sus partes.
Es esta clase de violencia la que se manifiesta en los místicos que
claman contra ideas y estructuras que se han instalado en sus
respectivas culturas y sociedades, cuando el conocimiento más
profundo de la realidad les hace detectar ciertos males que sus
contemporáneos son incapaces de ver. Es esta violencia la que permite
a la rosa florecer frente a tantas fuerzas hostiles. Y ante esta misma
violencia, la rosa, al igual que el místico, sucumbirá dulcemente
después de haber abierto sus pétalos al sol para vivir, con su frágil y
tierna belleza, totalmente despreocupada de añadir un solo minuto a la
vida que le ha sido asignada. Por eso vive hermosa y feliz como las
aves del cielo y los lirios del campo, sin rastro alguno de desasosiego y
la insatisfacción, la envidia, el ansia y la competitividad que caracterizan
al mundo de los seres humanos, los cuales tratan de dirigir, forzar y
controlar, en lugar de contentarse con florecer en el conocimiento,
dejando todo cambio en manos de la poderosa fuerza de Dios que obra
en la naturaleza.

El video para acompañar la meditación.



http://www.youtube.com/watch?v=nSFKGAQpmi8

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