viernes, 5 de marzo de 2010

Cultivemos la llama divina del descontento

Que facil es estar descontento en esta vida...pero que dificil es cultivar la llama divina...ese descontento libre de ambición...ese desasosiego cuando ya nada nos satisface en el mundo, y solo quisieramos volver a casa, al Padre, a la unidad...Meditemos en nuestro descontento y aprendamos a distinguir, y a hacer crecer la divina llama del descontento puro y santo que nos proporciona la certeza de que hay para nosotros otro mundo, otra realidad, otra forma de ver las cosas, acorde al plan divino...y avivemosla en nuestro corazón, para que por fin se nos otorgue la gracia divina de la felicidad sin condición ni motivo...la verdadera felicidad que habita siempre en nuestros corazones.

MEDITACION 27
"He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya
estuviera ardiendo!"
(Lc 12,49)
Si quieres saber lo que significa ser feliz, observa una flor, un pájaro,
un niño...: ellos son imágenes perfectas del reino, porque viven el
eterno ahora, sin pasado ni futuro. Por eso no conocen la culpa y la
inquietud que tanto atormentan a los seres humanos, están llenos de la
pura alegría de vivir y se deleitan, no tanto en las personas o las cosas,
cuanto en la vida misma. Mientras tu felicidad esté originada o
sostenida por algo o alguien exterior a ti, seguirás en la región de los
muertos. El día en que seas feliz sin razón alguna, el día que goces con
todo y con nada, ese día sabrás que has descubierto ese país de la
alegría interminable que llamamos "el Reino".
Encontrar el Reino es lo más fácil del mundo, pero también lo más
difícil. Es fácil, porque el reino está a tu alrededor y aun dentro de ti
mismo, y lo único que tienes que hacer es extender tu mano y tomar
posesión de él. Y es difícil, porque si deseas poseer el reino, no puedes
poseer nada más. es decir, debes acceder a lo más hondo de ti mismo
sin apoyarte en nada ni en nadie, arrebatando a todos y a todo, para
siempre, el poder de estremecerte, de emocionarte y de darte una
sensación de seguridad o de bienestar. Para lo cual, lo primero que
necesitas es ver con absoluta claridad esta contundente verdad:
contrariamente a lo que tu cultura y tu religión te han enseñado, nada,
absolutamente nada, puede hacerte feliz. En el momento en que
consigas ver esto, dejarás de ir de una ocupación a otra, de un amigo a
otro, de un lugar a otro, de una técnica espiritual a otra, de un gurú a
otro... Ninguna de esas cosas puede proporcionarte ni un solo minuto
de felicidad. Lo más que pueden ofrecerte es un estremecimiento
pasajero, un placer que al principio crece en intensidad, pero que se
convierte automáticamente en dolor en cuanto los pierdes, y en hastío
si se prolongan indefinidamente.
Piensa en las innumerables personas y cosas que tanto te han
entusiasmado en el pasado. ¿Qué ha sucedido? En cada caso, han
acabado produciéndote sufrimiento o aburrimiento, ¿no es verdad? Es
absolutamente esencial que consigas ver esto, porque, mientras no lo
hagas, no habrá posibilidad alguna de que descubras el reino de la
alegría. La mayoría de las personas no están preparadas para verlo en
tanto no hayan padecido repetidas veces la desilusión y la tristeza. Y,
aun así, sólo una persona entre un millón siente el deseo de ver. Los
demás, la inmensa mayoría, se limita a seguir llamando patéticamente
a la puerta de otras criatura, mendigando sin recato, implorando
afecto, aprobación, consejos, poder, honor, éxito... Y es que se niegan
obstinadamente a entender que la felicidad no está en esas cosas.
Si buscas dentro de tu corazón, descubrirás algo que te permitirá
entender: una chispa de desencanto y descontento que, si se atiza, se
convertirá en fuego devastador que consumirá todo el mundo ilusorio
en el que vives, desvelando así ante tus asombrados ojos el reino en el
que sin sospecharlo siquiera, has estado viviendo siempre. ¿Te has
sentido alguna vez asqueado de la vida, mortalmente aburrido de huir
constantemente de miedos y de ansiedades, cansado de mendigar,
harto de dejarte arrastrar por tus apegos y tus "adicciones"? ¿Has
sentido alguna vez la absoluta falta de sentido de luchar para conseguir
un título, encontrar un trabajo y dedicarte a experimentar el
aburrimiento de la vida o, si eres una persona que no puede parar
quieta, vivir en una confusión emocional originada por aquellas cosas
que te afanas por conseguir? Si lo has sentido -y difícilmente habrá un
ser humano que no lo haya hecho-, entonces la llama divina del
descontento ha prendido en tu corazón, y es el momento de
alimentarla, antes de que la apaguen los rutinarios quehaceres de la
vida. es la ocasión que te depara el destino para que, simplemente
encuentres el momento de escapar y examinar tu vida, permitiendo
que la llama siga creciendo mientras lo haces, negándote a permitir, en
cambio, que nada en el mundo te distraiga de esa tarea.
Es el momento de que comprendas que no hay absolutamente nada
ajeno a ti que pueda proporcionarte una alegría duradera. Pero, en el
instante mismo en que lo hagas, comprobarás que en tu corazón nace
un temor: el temor a que, si das pábulo al descontento, éste se
convierta en una pasión devoradora que se apodere de ti y te haga
rebelarte contra todo cuanto tu cultura y tu religión consideren
estimable; contra toda una forma de pensar, sentir y percibir el mundo
que ellas (tu cultura y tu religión) te han obligado a aceptar. Ese fuego
devorador no se limitará a poner en peligro tu nave, sino que la
reducirá a cenizas. de pronto te encontrarás viviendo en un mundo del
todo diferente, infinitamente alejado del mundo de las personas que te
rodean, porque todo cuanto los demás estiman y por lo que claman sus
corazones (honor, poder, aceptación, aprobación, seguridad, riqueza...)
es visto como la hedionda, repugnante y nauseabunda basura que en
realidad es. Y todo aquello de lo que los demás huyen sin parar ya no
volverá a infundirte terror. Te has vuelto una persona serena, intrépida
y libre, porque has abandonado tu mundo ilusorio y has entrado en el
reino.
Ahora bien, no confundas este descontento divino con la desesperación
que a veces induce a la gente a la locura y al suicidio, en cuyo caso no
se trataría del impulso místico hacia la vida, sino del impulso neurótico
hacia la autodestrucción. Ni lo confundas tampoco con el gimoteo de
quienes no hacen más que quejarse de todo: estas personas no son
místicos, sino pelmazos en constante campaña en favor de una mejora
en sus condiciones carcelarias, cuando lo que necesitan sería abrir las
puertas de su prisión y salir a la libertad.
La mayoría de las personas, cuando sienten en sus corazones el
aguijonazo de este descontento, o bien huyen de él drogándose con la
búsqueda febril de trabajo, de compañía y de amistad, o bien canalizan
el descontento hacia una labor social o hacia la literatura, la música o
las llamadas tareas creativas, y se contentan con la reforma, cuando lo
que hace falta es la rebelión. estas personas, aunque tremendamente
activas, en realidad no están vivas en absoluto, sino muertas y
contentas de su vivir en la región de los muertos. la prueba de que su
descontento es divino la constituye el hecho de que no haya en él el
menor rastro de tristeza o de amargura, sino que, por el contrario, y
aun cuando pueda brotar frecuentemente el miedo en tu corazón, el
descontento venga siempre acompañado de alegría, de la alegría del
reino.
He aquí una parábola de dicho reino: el reino se parece a un tesoro
escondido en un campo y que es descubierto por un hombre, el cual,
loco de contento, va, vende cuanto tiene y compra dicho campo. Si tú
no has descubierto aún el tesoro, no malgastes tu tiempo buscándolo
porque puede ser descubierto, pero no puede ser buscado, dado que
no tienes la menor idea de en qué consiste dicho tesoro. lo único que
conoces es la letal felicidad de tu actual existencia. consiguientemente,
¿Qué vas a buscar? ¿Y dónde? Mejor será que busques en tu corazón la
chispa del descontento y la mantengas hasta que se convierta en un
auténtico incendio que reduzca a escombros tu mundo.
Jóvenes o viejos, la mayoría de nosotros estamos descontentos,
simplemente porque deseamos algo (más conocimientos, un mejor
trabajo, un coche más potente, un salario más abundante...). Nuestro
descontento se basa en nuestro deseo de "más". Si la mayoría de
nosotros estamos descontentos, es únicamente porque deseamos algo
más. Pero no me estaba refiriendo a esta clase de descontento.
Evidentemente, el desear "más" nos impide pensar con claridad; pero,
si estamos descontentos, no porque deseemos algo, sino porque no
sabemos lo que deseamos; si nos sentimos insatisfechos con nuestro
trabajo, con la necesidad de hacer dinero y lograr poder y posición, con
la tradición, con lo que tenemos y lo que podríamos tener; si estamos
insatisfechos, no con algo en particular, sino con todo, entonces creo
que descubriremos que nuestro descontento nos proporciona claridad.
Cuando no aceptamos ni seguimos, sino que dudamos, investigamos e
inquirimos, entonces se da una intuición o penetración que da lugar a
la creatividad y a alegría.
Por lo general, el descontento que experimentas se debe a que no
tienes suficiente de algo: estás insatisfecho porque piensas que no
tienes suficiente dinero, o poder, o éxito, o fama, o virtud, o amor, o
santidad... No es éste el descontento que conduce a la alegría del
reino, porque su origen es la codicia y la ambición, y su consecuencia
el desasosiego y la frustración. El día en que estés descontento, no
porque desees más de algo, sino porque no sabes que es lo que
deseas; el día en que estés mortalmente harto de todo cuanto has
estado persiguiendo hasta entonces, harto incluso de perseguirlo, ese
día tu corazón alcanzará una inmensa claridad, una intuición, una
perspicacia que, de un modo misterioso, te permitirá deleitarte con
todo y con nada.



http://www.youtube.com/watch?v=Xz9o1PfbNdQ

2 comentarios:

  1. Todo esto es basura del esoterismo. La cita del libro de Lucas se refiere a la venida del Espíritu Santo de Dios celestial.

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  2. Otra aclaración es el afán del cristianismo por conseguir que el hombre y la mujer se desprendan de lo corporal, para trascender plenamente a la espiritualidad, embebidos en la oración como los santos que pisaban el Cielo sumergiéndose en oraciones contemplativas de siete horas.

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